viernes, 11 de noviembre de 2011

EL SEMÁFORO

    Era una lluviosa y nublada mañana de noviembre. Era temprano, en aquella intersección los coches se iban apiñando en el semáforo al igual que los nervios contenidos. Muchos y diversos pensamientos, incertidumbres, miedos y angustias quedaban disipados cuando alguien abría las ventanillas de su habitáculo para que entrase algo de aire: era una bocanada de frescura disgregante de reflexiones. Estos pensamientos se movían con el suave viento como en gimnasia rítmica se mueve una cinta bicolor; el nerviosismo lo agitaba; el secretismo más íntimo lo dirigía, loco, sin trazos fijos, pero bailando una danza tan perfecta como lo es el movimiento de los planetas. Por un momento todo quedaba en silencio en aquel semáforo, mientras salía tímida la luz del sol después de aquel eclipse nocturno: era de día.
    Nadie sabía por qué eran tan importantes aquellas inquietudes, todas tan distintas, todas tan personales, todas víctimas de un desarrollo urbano que atormentaba las mentes; que consumía la vida, sin dejar apenas tiempo para el disfrute y la meditación que es lo que realmente nos da sentido. Una sociedad presa del agobio y del deber, cegando con problemas nuestra única vida, nuestra salud ¿acaso dentro de cien años importarán y serán trascendentales todas y cada una de las gotas de sudor en la frente, frías, que brotan a través del aspersor del contratiempo? La locura parece inevitable (en algunos casos); todos, al igual que un globo que se hincha con helio, necesitarán una vía de escape o explotarán, de diversos modos…Se puede decir que realmente vivimos cuatro años, normalmente los más felices y dichosos, que se recuerdan en la infancia; lo primero, porque nos percatamos poco de dónde estamos; lo segundo, porque aún no tenemos obligaciones ni responsabilidades. Nadie nos dirá que cuanto más tiempo pase más difícil será todo, llegándose a complicar de tal manera que a alguno de los conductores de aquél semáforo ganas les darían de bajar del coche, poner una goma en el tubo de escape, dirigirla a la ventanilla y dar exhalaciones de humo, abriendo la boca, como lo hace un pez fuera de su medio: con tal de no enfrentarse a este nuevo día..

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