miércoles, 16 de noviembre de 2011

MIRADAS


   Todo comienza con una mirada, cuando levantas la cabeza y notas que alguien te observa… cuando dos miradas se trenzan, o nos sentimos contemplados; o la última  mirada decide una resolución. Es ingente el lenguaje no verbal que hay dentro de una mirada, los ojos no sólo sirven para ver si no también para expresar. 

   Miradas de hielo, miradas de acero, tímidas miradas…

   Todo se empieza a gestar en el ojo, tanto la recepción de la información, como el impacto que nos provoca,  así como nuestra respuesta al exterior. Sería como respirar, continuamente inhalamos información y exhalamos sentimientos.

    Miradas contemplativas, miradas reflexivas, miradas…

   El ojo sería como un huevo gestado por una visión. Dentro se mezclarían en la clara sentimientos e impresiones, unidos al estado de ánimo, para llegar a la incubación de esta ovípara reproducción. Todo comienza con una mirada  gestada, nadando en la albúmina del alma… 
        Al desplegar los párpados rompemos el cascarón y nacerá la observación, la selección, y abriremos la entrada. Lo percibido volará a la memoria perdiendo información, quedando a veces distorsionado. Si el interés es bajo se esfumará rápidamente, quedando olvidada; si el interés es alto se incubará, los aleteos serán firmes y permanecerá enjaulado.

   Miradas tiernas, miradas soberbias, ovíparas miradas...

   Hay cosas que desearías no haber visto y otras que más tiempo perduraran observadas. A lo largo de una vida millones de personas nos habrán observado, de esas, pocas, habrán formado parte de nuestras vidas; algunas de mirarnos se cansaron; y con otras cerramos nosotros los ojos y miramos para otro lado. Ojalá detectásemos la luz tan sabios como el ojo, que es un mero informante, a través de la retina. Aunque no hay nada que nos dé tanta información como observar a otra mirada.

    Miradas fugaces, miradas rapaces, miradas milanas…

   Hay miradas que se cruzan parlantes, cómplices o por el contrario esquivas o trabadas; turbadas  o que  no dicen nada.
  
Miradas de dolor, miradas de angustia, miradas de rabia, miradas….

   Casi todos tenemos la capacidad de ver, pero no todos la de mirar, existen ciegos de ojos abiertos y visionarios de párpados tapiados. A veces mirando al suelo podemos ver el cielo reflejado en un charco…

   Miradas de envidia, miradas de lujuria, miradas de rabia…
  Miradas abiertas que confinan secretos,
miradas oscuras que aprehenden venenos, miradas…


   Miradas  con conexión de personas desconectadas,
miradas atribuladas de recuerdos alimentadas.
Miradas que vuelan bajo para posarse en tu rama,
miradas que soplan las chispas para recuperar la llama.

   Miradas de fuego, miradas al miedo, miradas de reptiles,
miradas que en sus contornos denotan tus abriles.
Miradas exploradoras que nos olfatean, descaradas miradas,
miradas que siendo mudas te susurran mil palabras.

   Miradas engalanadas, frías y sintéticas,
miradas de cara lavada de simpatía y belleza.
Miradas que mecen su ira por el vaivén de los nervios,
miradas que esconden  tormentas bajo el azul de los cielos.


   …y cuando en un punto fijo clavas tu mirada sin enfocar nada concreto…ojeas por un instante el mundo de los sueños….





viernes, 11 de noviembre de 2011

EL SEMÁFORO

    Era una lluviosa y nublada mañana de noviembre. Era temprano, en aquella intersección los coches se iban apiñando en el semáforo al igual que los nervios contenidos. Muchos y diversos pensamientos, incertidumbres, miedos y angustias quedaban disipados cuando alguien abría las ventanillas de su habitáculo para que entrase algo de aire: era una bocanada de frescura disgregante de reflexiones. Estos pensamientos se movían con el suave viento como en gimnasia rítmica se mueve una cinta bicolor; el nerviosismo lo agitaba; el secretismo más íntimo lo dirigía, loco, sin trazos fijos, pero bailando una danza tan perfecta como lo es el movimiento de los planetas. Por un momento todo quedaba en silencio en aquel semáforo, mientras salía tímida la luz del sol después de aquel eclipse nocturno: era de día.
    Nadie sabía por qué eran tan importantes aquellas inquietudes, todas tan distintas, todas tan personales, todas víctimas de un desarrollo urbano que atormentaba las mentes; que consumía la vida, sin dejar apenas tiempo para el disfrute y la meditación que es lo que realmente nos da sentido. Una sociedad presa del agobio y del deber, cegando con problemas nuestra única vida, nuestra salud ¿acaso dentro de cien años importarán y serán trascendentales todas y cada una de las gotas de sudor en la frente, frías, que brotan a través del aspersor del contratiempo? La locura parece inevitable (en algunos casos); todos, al igual que un globo que se hincha con helio, necesitarán una vía de escape o explotarán, de diversos modos…Se puede decir que realmente vivimos cuatro años, normalmente los más felices y dichosos, que se recuerdan en la infancia; lo primero, porque nos percatamos poco de dónde estamos; lo segundo, porque aún no tenemos obligaciones ni responsabilidades. Nadie nos dirá que cuanto más tiempo pase más difícil será todo, llegándose a complicar de tal manera que a alguno de los conductores de aquél semáforo ganas les darían de bajar del coche, poner una goma en el tubo de escape, dirigirla a la ventanilla y dar exhalaciones de humo, abriendo la boca, como lo hace un pez fuera de su medio: con tal de no enfrentarse a este nuevo día..